Fandiño, Diego Urdiales, El Cid
Toros de Victorino Martín
La última de la Feria
Texto y fotos: J.M.S.V.
Con el pitón en el vientre
Toros de Victorino Martín
La última de la Feria
Texto y fotos: J.M.S.V.
Con el pitón en el vientre
Punto y seguido. La última del abono, la de los vitorinos cerró el ciclo isidril. Urdiales, El Cid y Fandiño venían a darlo todo, pero cuando “el de cuatro patas no existe” (así lo dice Joselito Calderón) no hay nada que hacer. El primero fue el único que se dejó y Urdiales le pudo sacar partido con la derecha. Se llamaba Madriles pero no hizo honor al nombre.
El segundo derribó a Manuel Jesús Ruiz, que le propinó una segunda vara buena. Fue muy aplaudido. Lo lidió perfectamente El Boni, y Alcalareño puso dos pares de riesgo, sobre todo el primero. El Cid tardó en permitirle desmonterarse, y la venganza divina por el detalle le llegó enseguida, pues estuvo precavido y asustadizo.
El tercero empujó en el caballo y Pepe Aguado lo picó trasero. El 7 no abría la boca y desde el 4 recriminaron el silencio. Fandiño se entregó y estuvo a punto de sufrir una cornada al resbalar delante de la cara del toro. Lo sacó a los medios y el vitorino, como sus hermanos, volvió a comportarse mal.
El público comenzó a desentenderse. Había un ambiente de final de Feria un tanto extraño, con caras habituales y otra nuevas que venían ilusionados a ver a los “toros fieros”. La merienda del 4 fue espectacular, con el tradicional cochinillo segoviano que asa Luis en su horno de Pantoja, gazpacho de Guadalajara, embutidos de los mejores y rosquillas blandas. De líquidos: vino tinto y champán (digo champán y no cava porque lo regala un gran aficionado francés).
Urdiales lo intentó en el cuarto, pero tres minutos después de tantear las posibilidades desistió. Además una ráfaga de viento puso la guinda. El quinto fue protestado desde la salida, pero el presidente miró hacia el cielo de tormenta y se hizo el longuis. Así que El Cid pechó con el inválido y se fue a matarlo bajo el 5, donde menos aire hacía.
El sexto se llamaba Pobrecillo y se llevó por delante a Rafael Agudo en espectacular derribo que estuvo a punto de ser aplastado por el caballo. Cuando Fandiño comenzó la faena de muleta un par de truenos avisaron de que aquello tampoco era posible. El cielo se oscureció, como toda la corrida, y de nuevo el matador sufrió un revolcón sin consecuencias, aunque tuvo el pitón en el vientre.
A las nueve menos cinco, de mala rima por cierto, se produjo la desbandada. Y mientras unos cuantos silbaban el arrastre del toro, la mayoría corría despavorida por si la tormenta reventaba en la plaza.
Desde la calle de Alcalá, el coso aparecía radiante, iluminado en tonos violáceos y un tanto triste. Las arcadas de los torreones dibujaban escenarios morunos. Caían cuatro gotas y un ligero vientecillo bajaba desde Manuel Becerra para aliviarme del bochorno. Mañana es domingo, pensé, y hay caballos.
Punto y seguido a la mayor Feria del mundo.
El segundo derribó a Manuel Jesús Ruiz, que le propinó una segunda vara buena. Fue muy aplaudido. Lo lidió perfectamente El Boni, y Alcalareño puso dos pares de riesgo, sobre todo el primero. El Cid tardó en permitirle desmonterarse, y la venganza divina por el detalle le llegó enseguida, pues estuvo precavido y asustadizo.
El tercero empujó en el caballo y Pepe Aguado lo picó trasero. El 7 no abría la boca y desde el 4 recriminaron el silencio. Fandiño se entregó y estuvo a punto de sufrir una cornada al resbalar delante de la cara del toro. Lo sacó a los medios y el vitorino, como sus hermanos, volvió a comportarse mal.
El público comenzó a desentenderse. Había un ambiente de final de Feria un tanto extraño, con caras habituales y otra nuevas que venían ilusionados a ver a los “toros fieros”. La merienda del 4 fue espectacular, con el tradicional cochinillo segoviano que asa Luis en su horno de Pantoja, gazpacho de Guadalajara, embutidos de los mejores y rosquillas blandas. De líquidos: vino tinto y champán (digo champán y no cava porque lo regala un gran aficionado francés).
Urdiales lo intentó en el cuarto, pero tres minutos después de tantear las posibilidades desistió. Además una ráfaga de viento puso la guinda. El quinto fue protestado desde la salida, pero el presidente miró hacia el cielo de tormenta y se hizo el longuis. Así que El Cid pechó con el inválido y se fue a matarlo bajo el 5, donde menos aire hacía.
El sexto se llamaba Pobrecillo y se llevó por delante a Rafael Agudo en espectacular derribo que estuvo a punto de ser aplastado por el caballo. Cuando Fandiño comenzó la faena de muleta un par de truenos avisaron de que aquello tampoco era posible. El cielo se oscureció, como toda la corrida, y de nuevo el matador sufrió un revolcón sin consecuencias, aunque tuvo el pitón en el vientre.
A las nueve menos cinco, de mala rima por cierto, se produjo la desbandada. Y mientras unos cuantos silbaban el arrastre del toro, la mayoría corría despavorida por si la tormenta reventaba en la plaza.
Desde la calle de Alcalá, el coso aparecía radiante, iluminado en tonos violáceos y un tanto triste. Las arcadas de los torreones dibujaban escenarios morunos. Caían cuatro gotas y un ligero vientecillo bajaba desde Manuel Becerra para aliviarme del bochorno. Mañana es domingo, pensé, y hay caballos.
Punto y seguido a la mayor Feria del mundo.
Cielo de tormenta antes de empezar
Fandiño enrabietado
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