Julio Aparicio, Morante de la Puebla, Sebastián Castella
Toros de Nuñez de Cuvillo
Texto y fotos: J.M.S.V.
La sonrisa de Castella en esta tarde de triunfo
Querían tocarle, abrazarle, incluso arrancarle el añadido…
Cruzó Castella la Puerta Grande de Las Ventas con la sonrisa de un niño. Todavía no eran las siete y media. El sol castigaba aún las andanadas del seis cuando el torero francés levantaba las manos bajo el arco neomudéjar. Toda la tensión acumulada en el túnel se transformó en felicidad.
Aparicio lo intentó pero no pudo, Morante ni siquiera lo intentó. Así son las tardes de toros. Los abroncaron. Nada más que decir al respecto.
El espacio es para don Sebastián Castella, cuya muñeca izquierda bailaba y bailaba en una danza interminable a pesar de que la montera quedó boca arriba en el brindis (punto en boca para los supersticiosos). Las chicuelinas al tercero ajustadas, y con la muleta un juego de cambiados, derechazos, naturales y trincherazos que fueron aclamados. Remató con buena estocada y hubo apoteosis en la petición. El toro fue aplaudido.
En el sexto más de lo mismo, sobre todo por la izquierda, pero esta vez incluso hizo bueno a un toro que muchos no hubieran visto. No tuvo premio la faena porque el pinchazo hondo le obligó a descabellar y falló con el verduguillo. Dos orejas que pudieron ser cuatro, pero no hicieron falta porque cuando la luna llena sobrevolaba la calle de Alcalá, el coche del torero subía hacia Manuel Becerra con un hombre agotado por el esfuerzo pero con la sonrisa de un niño.
Cruzó Castella la Puerta Grande de Las Ventas con la sonrisa de un niño. Todavía no eran las siete y media. El sol castigaba aún las andanadas del seis cuando el torero francés levantaba las manos bajo el arco neomudéjar. Toda la tensión acumulada en el túnel se transformó en felicidad.
Aparicio lo intentó pero no pudo, Morante ni siquiera lo intentó. Así son las tardes de toros. Los abroncaron. Nada más que decir al respecto.
El espacio es para don Sebastián Castella, cuya muñeca izquierda bailaba y bailaba en una danza interminable a pesar de que la montera quedó boca arriba en el brindis (punto en boca para los supersticiosos). Las chicuelinas al tercero ajustadas, y con la muleta un juego de cambiados, derechazos, naturales y trincherazos que fueron aclamados. Remató con buena estocada y hubo apoteosis en la petición. El toro fue aplaudido.
En el sexto más de lo mismo, sobre todo por la izquierda, pero esta vez incluso hizo bueno a un toro que muchos no hubieran visto. No tuvo premio la faena porque el pinchazo hondo le obligó a descabellar y falló con el verduguillo. Dos orejas que pudieron ser cuatro, pero no hicieron falta porque cuando la luna llena sobrevolaba la calle de Alcalá, el coche del torero subía hacia Manuel Becerra con un hombre agotado por el esfuerzo pero con la sonrisa de un niño.
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