Sobre José Tomás en Barcelona

Yo no vine a ver esto



Texto: Israel Cuchillo
Fotos: Muriel Feiner

No, yo no vine a esto pero casi todos los demás, sí. Me crucé media España y pagué dos noches de hotel para pasar el verano con un empacho de naturales desgarrados, de muleta alante, medio pecho, mano baja y cintura rota. Nada más que una tanda en el tercero hubo de eso, y de los de mi alrededor fui el único que se puso en pie tras el de pecho. Se debió de dar cuenta José Tomás, porque cambió el registro de torero sobrio y descomunal que había mostrado hasta ese momento para jugar a ensayar suertes nunca practicadas por él en público, entre ellas cansinos circulares pererinos y hasta carreritas poncistas entre muletazo y muletazo. Bueno, esto no es una suerte, es una desgracia jamás vista en José Tomás. De verdad que hasta este domingo no le había visto perder pasos.
José Tomás toreó para la legión de esnobs multimillonarios que le siguen y no para los que somos tomasistas desde una tarde de mayo de 1997. Nunca he culpado a Tomás del público que va a verlo, faltaría más, ¿qué culpa va a tener él?, pero esta vez sí que lo tengo que acusar de haber toreado para ellos. Bueno, a partir del cuarto, porque segundo y tercero los toreó para el aficionado. Daba gloria ver cómo su diestra de acero le bajaba los humos al manso con poder de El Pilar, y si pega otras dos tandas de naturales como aquella del tercero (Victoriano del Río), vuelvo a creer en Dios.
Pero a los esnobs del Rólex aquello no les llegaba del todo, y Tomás tuvo que untarles a paladas trincherazos, estatuarios, granadinas y otros joyones que son el colmo del buen gusto cuando se administran con mesura y después de pegar esas añoradas tres tandas zurdas de revelación divina, porque a granel y sin el bizcocho del toreo fundamental, empalagan y llegan a irritar (recuérdese lo de haberse cruzado media España).
Aquella tarde de mayo del 97 en la que me hice tomasista (y aquí seguimos), José Tomás bordó en oro su faena a un alcurrucén con una tanda de naturales a pies juntos, perfil al toro y nada más que una cuarta de muleta asomando por detrás del muslo; bordado de oro, ya digo, para un paño hecho de toreo soñado por naturales. Pero no se puede bordar en oro si no hay paño.
No ha habido toros, dice mucha gente. Del segundo al quinto (los cuvillos que abrieron y cerraron plaza, inválido y marmolillo, respectivamente) todos tuvieron sus posibilidades, hasta el macarra segundo de El Pilar. Aquel alcurrucén del año 97 fue peor que cualquiera de los rabosos y victorianos de Barcelona, y Tomás le cortó dos orejazas de Madrid.
Dicho esto, y con permiso de un querubín moreno nacido en Puebla del Río, que es otra cosa que no se puede explicar pero que todos entendemos, José Tomás es con diferencia el mejor torero que he visto en mi vida, no es un producto de marketing, la inmensa mayoría de sus triunfos no son la mentira que algunos mentirosos nos quieren hacer creer y, sobre todo, con José Tomás el toreo siempre, siempre, es grandeza y con casi todos los demás casi siempre es miseria. Pero yo el domingo no me crucé media España para ver esto.


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