Fotos: Julián López Guijarro
Texto: J.M.S.V.
Texto: J.M.S.V.
Amanece en plomos y en tintes rojos como líneas trazadas por manos de viejo. Los grises y violáceos invaden el horizonte y se despiertan los toros. En la plenitud, en el gozo de la vida, los animales se mecen en el sosiego del campo. La neblina brota de las tierras húmedas y monta forillos para que el fotógrafo no se moleste en recortar las siluetas en los escenarios.
Los árboles que salpican las laderas son como los mojones o lindes, como las fronteras de moros y cristianos. El ocre de los terrones hace isla en los verdes de agua, y el leve azul de los cielos burgaleses encapota la carpa bajo la que el toro sueña.
Vivir libre para morir luchando. Y en La Cabañuela, mientras el sol sortea los cerros para alcanzar el cenit del mediodía, un toro listón mira de reojo con un punto de arrogancia.
¿Qué siente? La respuesta está en las fotografías.
Los árboles que salpican las laderas son como los mojones o lindes, como las fronteras de moros y cristianos. El ocre de los terrones hace isla en los verdes de agua, y el leve azul de los cielos burgaleses encapota la carpa bajo la que el toro sueña.
Vivir libre para morir luchando. Y en La Cabañuela, mientras el sol sortea los cerros para alcanzar el cenit del mediodía, un toro listón mira de reojo con un punto de arrogancia.
¿Qué siente? La respuesta está en las fotografías.
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