Adrián
Texto: JMSV

Sí, también nosotros vamos a escribir de Adrián Gómez, ese muchacho que aparece en la fotografía que Paco del Amo tenía como un altar en su bar de Carabaña y que un día descolgó para que la reprodujéramos en el libro dedicado a la villa madrileña. Era un torero, sí, uno de esos tipos raros que se viste con trajes antiguos y vive pensando en la muerte cada segundo. La vida es traicionera, a veces demasiado cruel, porque se ceba siempre con los mismos, claro que son ellos quienes se la juegan y eso cuenta poco para muchos, para demasiados, sobre todo aquellos que ahora se dan golpes de pecho y le cerraron las puertas cuand salió de la Escuela Taurina y las ilusiones brotaban de sus ojos. Leo en El País a Rosa Jiménez (estupenda la necrológica amiga Rosa) y me entero de que José Tomás le entregó los emolumentos de una de sus corridas, en silencio, sin alardes. Esa es la persona que hace digno el toreo, señor en la plaza y fuera de ella.
Un cuarto de siglo después de Adrián se vistiera de luces por primera vez, el 15 de septiembre de 1985, precisamente en Carabaña, de donde procedía la familia, había conseguido ir en la cuadrilla de El Fundi, había alcanzado el sueño de pisar plazas a las órdenes de uno de los grandes. Pero la mano negra le dio un revés, y sin embargo le vimos sonreír postrado en una silla. Aquella tarde, la primera, consiguió los máximos trofeos y fue profeta en su tierra. Miro la fotografía y le veo pisando la arena que tantas veces yo mismo he pisado cada 15 de septiembre desde hace también un cuarto de siglo.
En la otra imagen, que tomé en el 2009 en La Monumental de Las Ventas, tiene entre los dedos un pitillo. Recuerdo que me pidió fuego, y con el mechero que siempre llevo por si algún torero quiere encender las velas de la capilla, quemó las briznas del cigarro y me miró fijamente. Posó feliz con esa estampa torera. Durante un par de minutos hablamos de Carabaña y de sus palabras brotó el orgullo.
Ya no puedo seguir escribiendo… Nos veremos Adrián, y volveremos a encender ese pitillo que tampoco existe (tengo todavía el mechero).

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