Querido torero:
Cuando te vimos cruzar el ruedo
camino de toriles, el rumor fue creciendo hasta ahogarse en el silencio de la
espera. Fueron momentos de angustia, sí, y con el corazón empujamos a Nazaré,
que corrió desesperado para lanzarse hacia el toro y hacer el quite.
En cada embestida la plaza entera
tragó saliva y, ya camino de la enfermería, con el gesto herido por el dolor y
la rabia, el público de Madrid, el que ya te espera, rompió en ovaciones para
reconocer tu entrega. Fue un día trágico para ti y para tus compañeros, pero
fue también otra tarde en la que usted dignificó el toreo.
Ayer, cuando me dirigía hacia el
patio de arrastre, me llamó la atención un pequeño brillo en la estatua de Luis
Miguel Dominguín. Me acerqué y quede sobrecogido al ver que el bronce lloraba.
¿Por qué? -le pregunté en voz baja- Y un
eco ronco y entrecortado me respondió: “Mi llanto es por David Mora”.
JMSV
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