La
FIESTA que contó ya hace casi un siglo el señor Hemingway ha crecido desde que
vino a Pamplona en los años veinte del siglo pasado. Pero sigue con todo su
atractivo. Si entonces venían ingleses y franceses casi como únicos “guiris” a
San Fermín, ahora coreanos, chinos, japoneses, australianos, argentinos y mexicanos,
y españoles no navarros claro.
No
quisiera emular a los clásicos que estuvieron en Pamplona y lo reflejaron
después en libros como sucedió con Ramón Masats o Inge Morath, que a su vez no
hicieron más que agrupar lo que clásicos del encierro y de la corrida como
Galle, Baldomero, Rodero, Mateo, Santos Yubero o Marí entre otros más que
hicieron escuela. En la actualidad, citaré a tres grandes a quienes acaban de
premiar en Pamplona, Rubén Albarrán, David González y Alex Simón, repito, entre
otros muchos. Pero como yo es la primera vez que me acerco a Pamplona en esta
tesitura de fotografiar la calle y el encierro, pues aquí va mi humilde
muestra. Quizás el encierro, la corrida de toros, aunque todo gire en su
entorno, pueden llegar a pasar a un segundo plano, esta fiesta no es solo
taurina. Terminas por darte cuenta y
hasta terminar orgulloso al comprender que es una fiesta de España que se
enseña al mundo.
Fiesta
en la que la ciudad disfruta y se viste para ello. En su espacio urbano,
habitantes o visitantes visten de blanco con pañuelo y faja roja. Pero luego,
ya en el centro histórico de la plaza del Castillo y alrededores, todo está
inundado de esos dos colores. Llama la
atención y te das cuenta que San Fermín es una fiesta familiar. En la calle,
bebés, niños, jóvenes, madres, padres, tíos y abuelos y hasta algún bisabuelo, están
en la calle. Música, alegría, vivir la calle durante el día. La noche es otra historia. Quien llega a la ciudad en fiestas no se
puede quedar con los toros solamente. Fuimos para verlos, pero la vida de la
ciudad te envuelve y no puedes sustraerte a ese ambiente. A mí y a mi cámara
nos sucedió.
Manuel
Durán
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